2012 ¿Le seguimos o ahí le paramos?
Por
motivos que prefiero evitar, me quedé varado en un café, tuvo que pasar
una hora para poder salir de él. A pesar de que traía conmigo la
computadora y un par de libros, no me sentía con ánimos de leer ni de
escribir, así que me puse a observar a la gente, a escuchar lo que
platicaban y el modo en que lo hacían.
Había un par de señoras que acaparó mi atención. Al parecer tenían
tiempo sin verse y la plática giró en derredor del pasado, de los buenos
tiempos y los no tan buenos. Una de ellas hablaba más que la otra, y de
qué modo.
Me puse en el lugar de la receptora y pensé que yo no hubiera tolerado más de diez minutos sentado frente aquella bocina humana.
No obstante, sin que su plática se dirigiera a mí, la observé y la
escuché por un rato. La diferencia entre mi posición y la de la receptora resignada
es que yo veía y escuchaba a la mujer con ánimos y fines analíticos
cuyo resultado se vería, en su momento, sobre el escenario o plasmado en
un papel.
Horas antes, en mi casa, había leído una biografía de Oscar Wilde. Entre otras cosas, advertí cómo el escritor de El retrato de Dorian Grey
se enfocó en refinar su modo de expresarse hasta llegar a hacerlo mejor
que los ingleses más refinados. Esta mujer, a diferencia de Wilde y la
mayoría de nosotros, parecía haberse esforzado por expresarse tanto
verbal como corporalmente del modo más salvaje posible. La mayoría de
sus expresiones parecían haber salido de una bolsa de Sabritas
aplastada.
Los tiempos de Wilde eran otros y sus objetivos nada tienen que ver
con los de la mujer en cuestión. A Wilde le interesaba embellecer el
medio literario y criticar el mundo que le tocó vivir, por más agudas e
irónicas que fueran sus máximas y su obra en general, la estética
siempre encontraba lugar en sus escritos. A esta mujer, por lo que pude
escuchar, le interesaba hacer su vida lo más cómoda posible sin que esto
implique un esfuerzo significativo. Nada raro en este país.
Ignoro de alguien que no maldiga al gobierno mexicano por razones de
sobra conocidas, el hartazgo y las ganas de que este país cambie parece
que han llegado a su límite.
Hoy, como nunca antes, la información en tanto a los antecedentes de
los candidatos a la presidencia y sus objetivos en caso de llegar a Los
Pinos pulula como mariposa en primavera, sin embargo, el grueso de los
mexicanos prefiere ignorarla.
Como la mujer que mencioné antes, el mexicano opta por la comodidad
sin el mínimo esfuerzo por merecerla. Quiere un cambio, le urge, quiere
vivir mejor pero no se molesta por informarse, no se interesa por saber
cómo hacerlo. En su mente baila un trompo reiterándole una oración: Para qué, siempre es lo mismo.
Es claro que esta mentalidad obedece a un aspecto fundamental de la
cultura que nos formó, y no es raro que el priísmo encuentre en él un
nicho perfecto para sus intereses. El PRI cultivó esta cultura y esta
cultura hoy parece rendirle pleitesía. Salvo que una persona obtenga un
beneficio directo en caso de que gane el PRI, es decir, un hueso, no concibo ninguna otra razón para que alguien vote por él, a no ser por ignorancia, producto de la pereza.
El miedo a vivir mejor también está latente en el mexicano, tomar un
camino distinto implica abandonar el que ya tenemos. La luz lo ciega y
prefiere la caverna.
Dado a que representa un camino distinto, mi voto y apoyo a Andrés
Manuel López Obrador es definitivo. Cabe mencionar sus cualidades de
hombre honesto, inteligente y trabajador, cualidades que aún sus
adversarios más férreos han tenido que admitir en público. Aún si estoy
equivocado y Andrés Manuel no es el hombre honesto en el que creo, aún
así, votar por el PRD es ya de por sí un cambio.
Somos el resultado de 70 años de PRI y 12 del PAN. ¿Le seguimos o ahí le paramos? Tú dices.
Querida Gaby por
Juan José Luna
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